Hubo un tiempo que busqué refugiarme tras de los rincones del anonimato,
pasar desapercibida y disfrutar secretamente de esa Paz que se había convertido en mi dulce
hogar. En silencio y con cierto aire mezquino disfrutaba de ese mundo nuevo que
me había regalado la vida y que había
descubierto en la simplicidad y sencillez
que esconde el día a día, no tenía interés alguno de estar dejando huellas por
doquier y menos aún estar presumiendo con lo que la vida me había premiado, así
que preferí mantenerme en una actitud que llamaba con frecuencia y con cierto
engreimiento; “Sano Exilio Voluntario” y en contacto con personas muy bien
seleccionadas, hasta que descubrí…, que en medio de ese preludio amoroso que
tenía con mi nueva vida, sin darme cuenta, lo que estaba era vistiéndome de soberbia, me estaba excluyendo,
quería mantenerme alejada para no quedar
atrapada en las múltiples frivolidades de un mundo que se empeña nublarnos la consciencia y sumergirnos en las
profundidades de un pozo oscuro. Sentí vergüenza. En realidad de lo que me estaba perdiendo era de la maravillosa oportunidad de
aprender de otros que en medio de las adversidades están dispuestos a seguir
luchando contra todo mal presagio. En realidad,
de lo que me estaba perdiendo era descubrir a unos seres maravillosos que más
allá de las frivolidades piden a grito ser escuchados y que, al igual que me
sucedió en el pasado, quedaron atrapados en los sutiles engaños que esconde el escalofriante mundo civilizado. Hoy aprendí la lección.
Feliz días amigos. Se les quiere un mundo.
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